Yo tengo un jefe con el que me rio mucho. Normalmente me recoge en mi casa, vamos a cumplir con nuestro Glorioso Propósito y me vuelve a dejar donde me recogió. En los trayectos en coche hablamos de todo, desde lo que hicimos durante el fin de semana hasta de política y las nuevas leyes que se han sacado de la chistera nuestros gobernantes trajeados.
En nuestro último trabajo, ya de camino al Glorioso Propósito, comentábamos la cantidad de impuestos que estaban poniendo a la vida, que ya un billete de cincuenta euros no daba para casi nada y que las pocas cosas gratis que quedaban era una cuestión de sentido común.
-Bueno, de momento, solo falta que le pongan un impuesto al aire -esto me lo dijo mi jefe.
-O que le pongan anuncios, como en Youtube -esto se lo contesté yo.
Nos echamos a reír. Pero fue una risa que ocultaba un miedo real, porque estos gobernantes trajeados nuestros son capaces de ponerle un impuesto al aire (ya lo hicieron con el Sol, vamos a ver…)
Bueno, el caso es que a mi se me empezó a encender la bombilla que tengo de escritor de ficción y fantasía. ¿Te imaginas un impuesto al aire? ¿Cómo sería? ¿Habría ayudas para familias desfavorecidas? ¿Cuánto se llevaría Hacienda? ¿Cómo se llamaría este impuesto? ¿Sería un impuesto o el aire pasaría a ser un bien privado manejado por empresas como Repsol o Google?
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Aquí mi visión de ese futuro que podría ocurrir. Esperemos más tarde que pronto.
El despertador digital comenzó a vibrar en la mesita de noche a las 6:00. Con la mano aún medio dormida de haberse quedado tumbado sobre ella durante horas, Quintus paró la alarma y bostezó para incorporarse de lado, con la desorientación sacudiéndole la cabeza. Palpó la mesita de noche hasta dar con sus gafas y se las colocó para que la desorientación desapareciera y se puso en marcha con la rutina de todos los días. Persianas en alto, sábanas y manta dobladas, ducha rápida y ropa para ir al co-working.
En menos de diez minutos ya estaba cruzando el portal de su edificio en la Avenida Magna de Matritum. En dos paradas de metro podía llegar a su trabajo, pero le apetecía caminar ese día, gastar un poco de aire extra y disfrutar del paseo sin apenas viandantes.
El móvil de Quintus volvió a vibrar, pero esta vez con una llamada. Miró la pantalla y leyó Mater. Descolgó y se llevó el teléfono a la oreja.
-Hola mamá.
-Hola, hijo. ¿Cómo estás?
-Pues me pillas yendo al trabajo. ¿Ocurre algo?
-No, no… ¿Sabes algo de tu hermano Segulus?
Quintus guardó silencio un momento y negó, pero luego cayó que estaba en llamada.
-No, desde hace unas semanas.
-¿Podrías ir a verlo? Por favor…
Quintus suspiró, miró la esquina superior derecha de sus ojos, donde casi se juntaba el cristal de la gafa y la pasta de la patilla. Tenía aire de sobra para los próximos meses. Luego le tocaría renovar la suscripción para no caer en los anuncios cada 5 minutos por cincuenta litros de oxígeno.
-¿Cómo vais de aire pater y tú?
-Oh, bien, bien. Gracias al Pack familiar que obtuviste, hijo… Respecto a tu hermano.
-Iré a verlo, no te preocupes. Luego te llamo, mamá.
Quintus colgó la llamada y siguió a su trabajo. Ignoró a un hombre con un cartel que pedía limosna o un minuto de aire.
Desde que las compañías habían comprado el aire, el mundo había cambiado. Podías seguir respirando sin ningún tipo de problema, pero el aire gratuito conllevaba a una exposición visual dentro de la retina de todos los ciudadanos del Imperium Magnum. Al principio no molestaban. Un anuncio de vez en cuando te aparecía mientras estabas en la ducha, comiendo, haciendo el amor… Pero la agresividad por parte de las empresas fue en aumento y la ausencia de leyes ante esto provocó una marea de publicidad para ganar más y más dinero. Los anuncios esporádicos pasaron a ser tan frecuentes que incluso podían saltarte mientras dormías.
Siempre podías pasarte al plan premium, por noventainueve con noventainueve euros al mes, al pack familiar, por novecientos euros al año, pero donde cubría hasta cinco familiares, o incluso programar tu propio plan con menos anuncios. Todo dependía del dinero que tuvieras.
Las empresas sí respetaron un punto vital. Los anuncios no empezaban a salir hasta que no cumplías la mayoría de edad. Eso las empresas lo respetaron ya que debían pensar en las generaciones futuras para que crecieran fuertes y puros (después de varios ataques epilépticos a infantes en las fábricas de Ugandum).
Quintus llegó a su trabajo y se puso manos a la obra. Con su portátil y sus compañeros de co-working hicieron llamadas, arreglaron fallos de la aplicación web en desarrollo, se reunieron por videoconferencia con varios socios y pararon para tomar un café en Estellarum Café.
Habían cumplido los objetivos y la semana que viene sacarían al mercado la nueva plataforma para contratar servicios de aire de forma directa y sencilla con todas las compañías reunidas en un solo lugar, con comparativa de precios, ofertas, planes septentrionales e incluso una sección para comprar acciones de las grandes compañías. Si comprabas acciones, las rebajas en las facturas del aire eran cuantiosas (o al menos así lo vendieron). Había sido un trabajo arduo, pero valió la pena por todo el dinero que él y sus socios estaban ganando e iban a ganar.
Cuando salieron del trabajo no pudieron evitar tomarse unos vinos por la Via Magna.
-Tengo que irme -dijo Quintus-, voy a ver a mi hermano,
Sus amigos se miraron entre ellos, pero no dijeron nada. Quintus se marchó tras dejar unos billetes en la mesa y esta vez sí cogió el metro. Llegó a la zona baja de la ciudad, a las afueras del Séptimo Valle, se guardó sus pertenencias en los bolsillos interiores de la chaqueta y se dirigió al bloque donde vivía su hermano. A diferencia de él, Segulus era un caso perdido. Intentó ser activista por los derechos de la circulación libre del aire, pero eso lo llevó a compañías indeseables, acabó metido en drogas y mafias y ahora vivía donde nadie quería estar, con los simpulcrum.
Entró en el bloque de cuatro plantas y subió las escaleras a toda prisa, esquivando a varios mendigos que tenían los ojos cerrados, pero que movían las cuencas oculares a toda velocidad, debido seguramente a los turbo-anuncios, la opción óptima para aquella gente, veinticuatro horas de publicidad sin descanso por cinco días de aire libre.
Ya en la última planta, golpeó varias veces la primera puerta, la que tenía un VII de bronce en el marco. Tras gritar el nombre de su hermano varias veces sin resultado, suspiró y abrió con la llave extra que tenía para aquellas ocasiones.
Quintus nunca olvidaría aquella imagen de su cabeza. El cuerpo de Segulus estaba tirado en el suelo. Los brazos estaban llenos de sangre seca, pero el charco más fresco provenía del cráneo. Se había abierto la cabeza y la nuca con la fuerza de los dedos, seguramente intentando apagar los anuncios que salían, uno detrás de otro. Al no conseguirlo, se había arrancado los ojos, tirados no muy lejos del cuerpo principal.
Quintus primero vomitó. Luego sacó el móvil y llamó a la pretoria. Tardaron más de la cuenta en llegar, no se tomaban muchas molestias en esos casos. Cuando el joven empresario les contó todo, los agentes le invitaron a salir y le dijeron que investigarían, una mentira más, y que ellos avisarían a sus padres si él no se veía capaz.
-Pero no lo entiendo, él entraba dentro del Pack familiar que yo mismo contraté -dijo Quintos a la pretoria que lo acompañó fuera del edificio.
-Es muy común que la gente con bajos recursos venda su cuenta a otros por dinero, señor Quintus. Lo siento mucho. Mantenga su móvil operativo por si necesitamos hablar con usted.
Quintus volvió a su apartamento agotado con varias llamadas perdidas de su madre. Se dio una ducha y comprobó el pack familiar por curiosidad. Entró en los usuarios y ahí estaba él mismo, su madre y su padre. Al comprobar la cuenta de su hermano Segulus, vio que se había dado de baja hacía meses. En su lugar, había un cuarto nombre: Saifer.
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Los simpulcrum buenísimo
Blackmirror