Esa manía de guardar cosas como si el tiempo se pudiera atrapar.
Ordena ese cajón y tira lo que ya no te pongas.
Hace un par de semanas decidí, motu proprio¸ hacer una limpieza bestial en mi armario. Para alguien que tiene un toc con que todo esté ordenado, mi armario era todo un caos. Así que me puse ropa cómoda, abrí la ventana para que la habitación tuviera una buena ventilación, y me puse manos a la obra. Empecé a vaciar cajones, uno detrás de otro, y vi una cantidad bestial de ropa que ya no me ponía. Muchas de esas prendas tenían un valor sentimental para mí, camisetas que me compré en un momento en específico de alguna serie, alguna banda, y las había guardado aferrándome a ese momento. Ni si quiera me quedaba bien ya (hace mucho que se añadió una X delante de la L en las camisetas), pero me agarraba a ese recuerdo en forma de tela y dibujo.
Igualmente vacié el armario. Todas esas prendas, camisetas, pantalones, chalecos, pijamas, ropa interior… Llené cinco bolsas de recuerdos que me había puesto en algún momento, pero que ya se habían quedado en el pasado, ya fuera un año, dos, tres… Me quedé con la ropa que me pongo hoy en día, lo justo y necesario, lo que se que voy a usar todo el tiempo.
Pasa algo parecido con la literatura, o al menos en lo que a mí respecta. Algunos escritores tienden a aferrarse a uno (o varios) textos porque creen que son su presente y deben formar parte de su futuro, quizás los escribieron hace una década, los releyeron y pensaron “esto sigue valiendo” y lo volvieron a guardar, sin ver que era una talla S y durante esos años el escritor ya había engordado unos kilitos de más, había devorado otras obras que iban llenando su armario poco a poco.
No digo que ese primer boceto de lo que se haya escrito sea malo (normalmente lo es) ni que se deba dispensar de todo (a veces sí es necesario), pero esa fijación por aferrarse al pequeño gran mundo que creó X persona en un momento dado pensando que va a ser el próximo César Manrique me parece un pensamiento primitivo.
Me pondré como ejemplo. Mi primera novela la escribí con 18 años. Ya la he nombrado en algún post anterior, tenía magia, espadas, criaturas sobrenaturales, un camino del héroe, una damisela en apuros… Tenía los ingredientes básicos para que triunfara entre las seis billones de novelas fantásticas que ya existían en ese momento. SPOILER: no triunfó, si hubiera triunfado, no te estaría mandando este correo, pero me aferré igualmente a esa novela, a esa historia, a las posibles precuelas y secuelas que podía narrar después, que dejé de lado otras ideas mucho más interesantes que podía haber escrito sin pensar en recibir en el futuro el novel de literatura.
Abrí el cajón de textos, comencé a ojear uno a uno lo que había escrito y empecé a descartar. Este sí, este no, este se puede reciclar, este tiene buenos personajes, pero mala trama, este tiene buena trama, pero buenos personajes… Así con todos. Me quedé con un par de bocetos, cuatro Words mal contados, pero con potencial para desarrollarlos. ¿El resto? Borrados. Cuesta, mucho, deshacerse de eso, hay puritanos que ven como un sacrilegio hacer desaparecer tus “primeros hijos”, pero es lo que hay, esa novela corta de cincuenta páginas lleva demasiado tiempo en el cajón, está completamente desfasada y como mucho rescatas el título. ¿El resto? A la basura, a crear cosas nuevas y frescas.
No hay que tener miedo a deshacerse de las cosas viejas, rotas, por mucho valor sentimental que tengan, solo hay que abrir los dedos hasta que caigan en la papelera de reciclaje y luego pues… A seguir, ya sea limpiando el armario o escribiendo algo que será mucho mejor que lo anterior, te lo garantizo.
Si te has acordado de alguien leyendo esta publicación, dale a este botoncito.
Si has llegado de casualidad, dale a este otro botoncito.
Buena comparativa, aunque a veces no hace falta tirar sino dar la vuelta a los textos. Con una visión diferente de la vida, más madura, más fresca.