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-¿De verdad crees que retrocederá?
-Debe hacerlo si quiere vivir, Tomás. Convéncelo, él te hará caso…
-Vamos, Judas. Si le hace caso a alguien, será a ti, eres su mejor amigo.
Mi apartamento olía a lejía. Era una orden que siempre le daba a la chica de limpieza, que no reparara en gastos con la lejía. No es de mis olores favoritos, pero mantenía alejado a algún indeseable infrahumano. Ser un marcado, como me catalogó anteriormente Heliodes, tenía sus ventajas, como una vida cruelmente inmortal sin envejecimiento, pero a su vez te generaba enemigos y no solo demonios, también ángeles resentidos o humanos sectarios (a estos últimos la lejía les da igual, pero una bala en la cabeza es igual de útil) así que toda precaución era poca. Me serví un vaso de agua helada y bebí sin respirar. El segundo me lo tomé con más calma.
-Recapitulemos -me dije- Jesús vuelve. Papá Dios no quiere que me inmiscuya bajo ningún concepto. Más de los mismo con Satanás. Apenas será en dos semanas. Joder…
Abrí la puerta que daba a la pequeña terraza de mi piso. No era muy espaciosa, lo suficiente para una silla y cuatro macetas con dalias violetas en perfecto estado. Respiré el aire contaminado de la ciudad y suspiré. Definitivamente no tenía un plan, pero ¿qué podía hacer Dios contra mí si buscaba la redención? ¿Qué peor castigo había que la vida eterna en la tierra, ver a mis seres queridos morir mientras yo despertaba todos los días? Si me mandara al infierno sería todo un lujo.
-Así que quieres encontrarlo tú también.
Me di la vuelta. No sabía cómo, pero alguien había entrado en mi casa, en mi guarida, en mi sanctasanctorum. ¿Cómo? Fácil. La lejía espantaba a seres con cuernos y patas de cabra, pero no a otros marcados, y menos a una tan especial.
-Magda…
Estaba tan bonita como siempre. Su pelo hecho del carbón más puro del mundo, rizado hasta el infinito. Su tez de la oliva virgen, sus ojos caramelo… Sí, había castigos peores y ella era uno. Se acercó con una sutileza felina, mirando hacia el suelo y luego hacia las plantas.
-Dalias -murmuró con la voz de un serafín-. ¿No te cansas de estas referencias tan infantiles?
-¿Qué haces tú aquí?
Se acercó y puso su mano sobre mi pecho. Fue en ese momento cuando noté la fragancia de María Magdalena golpearme con fuerza. Flor de azahar traída de Sevilla por los señores romanos más poderosos del antiguo imperio. Era su fragancia favorita. Aún olía a eso y me seguía volviendo loco.
-Lo mismo que tú, amor mío-susurró mirándome a los ojos. Esos ojos tallados de arcilla-. Buscarlo.
Esto es algo que no se cuenta en la Biblia. Magdalena y yo tuvimos un romance. Yo la amaba. De hecho, la sigo amando, pero siempre había sospechado que ella estaba conmigo para poner celoso a Jesús. Y el tío, lejos de enfadarse, nos bendijo con su preciosa y estúpida sonrisa de Mesías. A mí me dio igual, claro, en principio…
-¿Para qué quieres encontrarlo? -pregunté mientras intentaba ignorar el embriagador olor que desprendía su melena.
-Para lo mismo que tú, supongo -nuestras miradas se volvieron a encontrar y mi respiración se agitó. Dos mil años y aún me seguía poniendo nervioso. Igual que la primera vez-. Necesito su perdón. Y para eso tú… Me temo que tú no puedes interceder. Lo siento, amor mío.
Me besó. Sus labios sabían como antes, igual que su olor, igual que su piel, igual que todo. Y de nuevo caí en el veneno de aquella mujer, al igual que tantos otros. Apenas tuvo que hacer fuerza y yo ni si quiera me resistí. Sus manos me empujaron hacia atrás y caí por el balcón.
Todo se volvió negro.
Sí, el capítulo de hoy es cortito, PERO en compensación, el de la semana que viene será el doble de largo, no se me enfaden.
¡A seguir!
¿Crees que esta historia le puede gustar a alguien? Pues ya sabes
Jajaja me ha encantado ese final.