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-¿Y quién se supone que eres?
-Un amigo de tu amigo.
-No lo pareces. ¿Qué quieres?
-Enseñarte un par de truquitos, Judas.
¿Sabéis lo bueno de ser un inmortal, tramposo, zorro y sin escrúpulos? Que aprendes cosas de gente mala. Ser inmortal no te hace conocedor de todo, no puedes estar en todas partes al mismo tiempo, pero, si tienes suerte, conoces a algunas personas interesantes y ridículamente poderosas tanto en lo económico como en lo sobrenatural.
El taxista me dejó en la puerta de uno de los rascacielos de Madrid. Me dirigí a la entrada del edificio situado en el centro. De mi cartera saqué una tarjeta negra y azul y la usé para abrir la puerta principal y desbloquear el antepenúltimo piso del ascensor. La puerta justo se estaba cerrando cuando una mano frenó la puerta. Ésta se volvió a abrir y ahí estaba Casandra. Otra vez.
-¿Qué? Espera…
Odiaba quedarme sin palabras, pero es que aquello era ilógico. Se había marchado, luego yo había código un taxi después de desayunar. ¿Qué hacía ahí ahora? ¿Qué había pasado entre el capítulo 5 y este?
-Sí, te he seguido. -Y se metió en el ascensor, con el permiso de nadie.
-Espera… ¿qué?
Seguía lo suficiente estupefacto como para simplemente invertir las dos palabras que había dicho anteriormente. El ascensor comenzó a subir y ella simplemente miró al frente. Y yo a ella, con la boca desencajada.
-Se supone que te habías enfadado y te habías ido.
-No me enfadé, simplemente… Fue raro, no todos los días te encuentras con un tipo que dice que ha vivido dosmil años y bueno… -.Se ruborizó, eso sí lo vi- se diera cuenta.
-¿De qué? Ah… Ya. Oye, tengo que hacer algo importante aquí, así que no es momento para seguir contándote cosas de mi vida personal.
-No te molestaré, lo prometo. -fue lo último que dijo.
Solté un largo suspiro mezclado con un quejido, me froté los ojos con dos dedos y entonces llegamos al antepenúltimo piso. Salí directamente a una habitación gigante con un ventanal por donde se podía ver toda la ciudad de Madrid. Los muebles estaban tapados con sábanas blancas, hacía tiempo que no me pasaba por allí, iba a ser mi lugar de retiro, pero le había cogido cariño a mi otra cosa, así que tenía aquel lugar como piso franco por si necesitaba hacer lo que pasaría a continuación.
-Ya que estás aquí, ayúdame, ¿quieres? -le dije mientras señalaba los muebles del centro del salón.
Me ayudó a apartarlos hasta dejar un espacio despejado. Miré detenidamente y me dirigí a la cocina que estaba en el lado este. Abrí los cajones y encontré un cuchillo largo. “Perfecto” pensé mientras comprobaba si estaba afilado. Volví al hueco diáfano que habíamos creado y miré a Casandra otra vez.
-Ahora mantén la calma, quédate al margen y no intervengas. Son tres normas básicas para que te quedes, ¿entendido?
Casandra asintió, nerviosa. Le sonreí, no se muy bien por qué, y me corté con el cuchillo la muñeca. Fue un corte profundo que levantó un quejido de mi garganta y un pequeño grito de la chica, pero no intervino. Empecé a crear el círculo, poco a poco, añadiendo símbolos que se iban marcando en el parqué desde el aire. Tenía que volver a cortarme debido a la maldita regeneración, pero a los pocos tormentos afilados, el círculo estaba listo.
-¿Vas a hacer brujería? -preguntó Casandra mientras salía con cuidado del círculo sin tocar nada.
-Algo así. Ahora calla. -dije mientras levantaba una mano hacia adelante.
Era la primera vez que hacía algo así, no estaba seguro de que funcionaría, pero había seguido paso a paso la teoría, así que comencé:
-Ostende te nunc coram sanguine meo -murmuré.
Qué oxidado tenía el latín. Mi lengua materna era el hebreo, apenas chapurreaba algo de la lengua romana de mis años mozos, pero esto había que hacerlo así, ¿por qué? Porque era como funcionaba mejor. Y funcionaba porque la sangre comenzó a burbujear y luego a hervir hasta que se prendió fuego esa parte del parqué. Me tapé los ojos devido al fogonazo y con una mano aparté el humo de mi cara. Por suerte no saltó la alarma de incendios.
-Bien, parece que ha funcionado...
-¿Quién... dónde estoy?
Enarqué una ceja. Había funcionado, pero a medias. Cuando el humo negro se disipó, me encontré con un anciano vestido con harapos, cadenas por todo el cuepo, descalzo con los pies llenos de ampollas y los ojos completamente blancos. Entre sus manos sujetaba con fuerza un libro negro y dorado contra el pecho y balbuceaba algo inaudible. Entorné los ojos y me acerqué un poco. No era a quien quería invocar. De hecho, no me lo esperaba en absoluto.
-¿Juan? Joder, que mal te veo.
-Judas -dijo girando la cara hacia mi voz, aunque no podía verme.
Su gesto pasó de sorpresa a odio. Dio un paso hacia adelante, pero los símbolos del parqué, ahora grabados a fuego, le impidieron avanzar.
-¿Qué haces con esas pintas? Deberías estar entre algodones ahí arriba y no echo un esperpento.
-¡No te atrevas a dirigirme la palabra! ¿Por qué de entre todos, tenías que ser tú?
-No lo hagas más difícil, viejo amigo. Quería invocar a Jesús al fin y al cabo, no a ti.
Juan soltó una carcajada dejando ver las encías sin apenas ya dientes.
-Como si alguien con tu poder pudiera invocarlo a ÉL.
Suspiré. El lamebotas de Juan tenía razón. Ya para cuando estábamos todos juntos siempre estaba a la sombra de Jesús, hasta tal punto que fue elegido a escribir sus crónicas. Pues qué bien.
-¿Qué sabes del Segundo Advenimiento? Algo te habrán contado ahí arriba.
-No pienso contarte nada, perro.
-Pues te dejo aquí. Disfruta las vistas, capullo.
Me di la vuelta y dejé al desorientado de mi viejo amigo ahí, gritándome e insultándome, mientras Casandra me seguía.
-¿En serio vas a dejarlo aquí?
-Hablará, créeme. Solo hay que dejarlo reflexionar un rato. Así aprovechas para contarme por qué me has seguido, ¿te parece?
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