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-Están diciendo que es un falso mesías, Judas.
-¿Quién?
-Lenguas bípedas, sibilinas.
-Háblame claro. Colgaré al que ose hablar mal de él.
Volví a soñar con Magda. Era un sueño del pasado, de uno de tantos, donde los dos hablábamos. Ella de Jesús, yo de nuestra futura vida juntos. Abrí los ojos y lo primero que vi fue el libro negro y dorado en la mesita de noche. Juraría que me había acostado sobre él, pero ahora estaba ahí, reposado, sobresaliendo por la esquina de madera. El timbre sonó y cerré los ojos con fuerza, como si intentara forzar otra vez el mismo plácido sueño. El timbre resonó otra vez, más insistente, y esta vez me trasladó a un déjà vu.
Volvía a ser Casandra. Tenía mejor cara, pero pasó rápido, como si llevase algo prohibido o ilegal en su maletín del trabajo. Cerré la puerta y me fui al baño. No quería volver a ofrecerle un café que iba a estropear, así que puse la cabeza debajo del grifo para despejarme las ideas, me sequé, y volví a mi habitación. El libro seguía ahí, esta vez no se había movido, así que lo tomé con ambas manos, con cuidado, para llevarlo al salón.
-Bueno, vamos allá. -dije mientras sonreía a Casandra.
Me senté en el escritorio y antes de abrirlo volví a mirar a la chica.
-Cuando veas que estoy… Bueno, creo que sabrás cuando tienes que matarme.
Esta vez sí tenía la concentración en el libro. Lo abrí despacio, me recliné hacia delante y entorné los ojos. Estaba en arameo, obviamente, no podía ser de otra forma. Comencé a leer, era el texto del Apocalipsis, el que conocía, no notaba nada diferente. Seguí leyendo. Sí, estaba seguro de que ahí no había nada que me pudiera ayudar.
Me empezaron a picar los ojos. Quizá era por el cansancio acumulado, pero me forcé a seguir leyendo, aunque las letras comenzaran a bailar. Ignoré los puntos lilas que aparecían de vez en cuando en mi campo visual. ¿La letra gimel acababa de brillar? Comencé a entender lo que quería decir Dios a través de Juan, me costaba un poco ya que tenía el arameo dos mil años oxidado, pero estaba ahí, los tenía delante de mis ojos sangrantes, en la punta de los dedos ahora sin uñas, lo tendría en la punta de a lengua si no hubiera corrido la misma suerte que la de Juan. Mierda, aquello había sido peor de lo que esperaba y muy rápido. Intenté leer todo lo que pude antes de que me quedara ciego del todo y memorizarlo. Sí. Ahí estaba. Entonces todo se volvió negro. Le grité, o eso creí, ya que también había dejado de oír, a Casandra algo así como “¡áñae!” que equivaldría a un mátame si tuviera mi cuerpo de una pieza y caí al suelo. Esperé. Y morí.
No os he contado como es la muerte, ¿verdad? La muerte es (y os lo dice alguien que ha vivido muchas muertes) un pasaje al siguiente punto de control. Estás en este frío pasillo, oscuro, con una luz que no tienes muy claro de donde viene, y comienzas a caminar como si supieras hacia donde vas. Caminé, caminé, seguí caminando y entonces llegué. Esta es la primera prueba, una puerta con una ventanilla y un señor de traje negro mirando a la nada, como sacado de un cuadro de Rafael.
-¿Qué hay, Pedro, qué lees?
Pareció salir de su disociación y me miró como quien mira a una nube en forma de seta.
-Judas, ¿otra vez por aquí? -bostezó.
Ese tío había compartido mesa conmigo en más de una ocasión. Y ahora solo al verme, bostezaba. Definitivamente, mi apogeo había pasado.
-¿Cuántas visitas van ya, 335?
-Ni idea. Ya sabes qué hacer -. Me respondió.
Te juro que estaba intentando sacarle conversación, pero si Juan era un cretino, Pedro era un auténtico mamonazo. Que eres el puto conserje del Cielo, ¿nadie te lo ha dicho aún?
En fin. Si esto te pasa y no te dejan entrar, te tienes que dar la vuelta. Y volver a caminar. Caminé, caminé, seguí caminando por el oscuro pasillo con la luz misteriosa que no sabes de donde proviene y entonces llegar. Un enorme muro negro, lleno de estatuas que recuerda a un horror vacui babilónico, sin puerta ni escaleras, y esperar. Aquí siempre te hacen esperar, no por nada, sino por falta de gente. Lucifer había mandado a sus grandes oficiales a la Tierra porque estaba resentido (¿recuerdas, en el capítulo 2?), por lo que dejaba en el Infierno en un mar de llamas frías en alquiler.
-¡¿Hola?! -grité-¡Por aquí tenemos prisa!
Entonces se asomó una criatura. Era humanoide, roja, con cuernos por toda la cabeza pelada y unas alas de murciélago. Saltó al vacío y aterrizó a mi lado.
-¡Judas Iscariote! -gritó.
-¡Ese soy yo! -dije igual de ilusionado.
-Disculpa la espera, pero estamos bajos de personal.
Me hacían tanta gracia los nuevos reclutas. Aquel ser sacó un pergamino negro y buscó mi nombre, relamiéndose por dentro. Entonces llegó la cara de desilusión.
-Vaya. Lo siento, Judas Iscariote, pero no puedo dejarte pasar. Parece que estás vetado.
-Sí, lo se. Desde hace mucho tiempo.
-¿En serio? Vaya, no me reporte, por favor, antes estaba en el Estigia, pero me han reasignado, esto es un Caos, ¿sabe?
-No te preocupes, no me meto en los temas del Infierno -le guiñé el ojo.
En fin, me sacudí el poco polvo que tenía en el traje, miré hacia arriba y esperé.
-¡Vamos, cuando quiera! -le grité al vacío.
-¿A quién le habla? -me preguntó el pequeño demonio.
Pero no pude responderle. Había desaparecido en un pestañeo y en ese mismo pestañeo volví a la vida, cogí una enorme bocanada de aire y me incorporé del suelo, de vuelta en la Tierra.
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