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-Entonces, seremos doce.
-Sí, doce discípulos.
-Doce guerreros de su gloria.
No podía permitirme perder de vista a aquel ángel. Quería saber si Casandra estaba bien después de perder su voluntad delante de Heliodes y caer al frío mármol, pero sabía que, si me daba la vuelta, aquel ser podría apuñalarlo por la espalda. Era feucho, seguro que apuñalaba por la espalda el primero a pesar de ser un ángel del Señor.
-Tú, Traidor, te advertí que note involucraras.
-Sorpresa, luciérnaga parlante, te mentí, ¿de verdad no te lo esperabas?
-¿Cómo has podido hacerle eso al hijo del Creador? Esta es Su Voluntad.
-Eso -señalé con la pistola a la criatura humeante- no es Jesús, cabronazo emplumado. Es una aberración. ¿Acaso creías que no me enteraría?
Me acerqué a él y lo señalé con un dedo acusador. Aquel ángel y a saber quién más estaban jugando a algo que no me gustaba, y era intentar ser más pícaro que el propio Lazarillo.
-No es el segundo advenimiento, Heliodes, esto es el Apocalipsis. ¿Crees que pienso permitirlo? Ni de maldita broma, puede que sea inmortal, pero no pienso quedarme vagando por el espacio infinito eternamente por el capricho de nadie. ¿De verdad piensas que me crea que esto es por Padre? ¿Quién está realmente detrás de esto? ¿Es tu primo Rafael? Sí, seguro que es ese presuntuoso de Rafael.
El ceño fruncido del ángel parecía a punto de estallar. Volví a apuntarlo con la pistola, apenas unos centímetros el cañón de la dorada y gigante frente.
-Dime, Traidor, ¿Qué crees que pasará si disparas a esta visión angelical? Mostrarías mi verdadera forma. Puede que seas inmortal, pero me pregunto cuanto tardará tus partículas subatómicas en volver a juntarse. A lo mejor, para cuando lo logres, el plan de Dios ya se habrá cumplido.
Por un momento, aquel ángel, aquella creación divina, que estaba por encima de cualquier ser, mostró el lado más humano que había visto nunca, no el de un demonio, no, el de un humano que es capaz de ser cruel y hacer daño por voluntad propio, no por mandado divino. Y lo peor es que tenía razón, si separaba todo mi cuerpo en partículas cuánticas, a saber cuánto tiempo tardaría en volver. No bajé el arma, seguí apuntándole sin temblar, esperando cualquier movimiento para abrirle un tercer ojo en la frente a Heliodes.
-Entonces estamos en una encrucijada, Heliodes.
-Último aviso, Traidor. Si vuelves a inmiscuirte, la inmortalidad será el peor de tus problemas.
Pasaron unos segundos de tensión que me parecieron horas y desapareció. Y volvió la luz. Bajé el arma y solté todo el aire de mi cuerpo mientras apoyaba las manos en las rodillas, aliviado. Guardé la pistola en la parte de atrás del pantalón y me acerqué a Casandra. Comprobé las sienes para ver si el golpe en el suelo había sido muy duro, pero no estaba herida. ¿Entonces por qué no despertaba? Mierda.
Fue entonces cuando llegó Abrahel corriendo por el largo pasillo. Imaginé que él tampoco se habría desmallado y estaría cerca, pero no quería asomarse ya que su raza y la de Heliodes no se llevaban demasiado bien. Me dijo que tenía que salir de ahí en seguida, que el estruendo y el calor del Jesucristo de Gloria habían hecho saltar las alarmas. Tomé a Casandra en brazos y le pedí al súcubo que nos sacara de ahí cuanto antes.
Nos guio por la salida de los trabajadores del museo y en seguida llegamos al parque trasero. Tumbé a Casandra en un banco y llamé a una ambulancia. ¿Por qué me estaba preocupando tanto por ella? No lo sé, la verdad, pero en cuanto aparecieron los fogonazos azules y el ensordecedor ruido de las sirenas, desaparecí entre la gente para que atendieran a la mujer. Ella ya había tenido aventuras suficientes y yo no podía quedarme quieto.
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