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—¿Acaso estás dudando ahora?
—No es que dude, pero entre él y Magda…
—Magda no te quiere, ¿por qué no lo ves?
El hombre, mujer, figura andrógina que estaba delante de nosotros echó a perder del todo mi queridísimo apartamento. Aquello ya no tenía arreglo, por eso odiaba a los seres cósmicos superiores como él, ella, eso, porque no pensaban en las consecuencias de aparecer en un sitio. Y el Adversario era el peor de todos, en mi opinión. Maldije haberle colado mi pistola a Ciaccobo ya que habría vaciado el cargador en aquella cara cambia formas y andrógina.
—Procura que no se te meta en la cabeza— le dije a Casandra, que había dado un paso hacia atrás al ver la escena grotesca de las paredes y el techo y el suelo.
Lo peor no era que te leyera el pensamiento. El Adversario era capaz de escudriñar tu cerebro de forma precisa como quien usa un bisturí hasta dar con lo que más deseas… o más temes. Di un paso al frente para que se centrara en mí, a fin de cuentas, yo era un marcado inmortal con mucha experiencia contra esos seres, pero Casandra ya había pasado por suficiente como para enfrentarse a vete a saber qué.
—¿Qué quieres ahora? —pregunté, sin rodeos.
—¿Por qué te empeñas en negar la máxima, Isca? Tú siempre pensando que eres libre —hablaba con voz de mujer, pero su rostro era de hombre—, siempre pensando en que tienes voluntad para tus actos —la voz cambio a la de un niño, pero el rostro era de mujer—, cuando en realidad eres un peón en un gigantesco tablero de ajedrez cósmico.
—¿Sabes por dónde te puedes meter tu tablero de ajedrez cósmico?
Cuando estuve delante de Casandra, le hice un gesto con la mano para que fuera hacia la habitación. Aquello seguramente se pondría feo y no quería que la pobre mujer muriera ni tener que limpiar otro cadáver más de mi casa (sí, otro, tengo mucho mundo).
—Tu verborrea es aburrida, Isca, traidor —habló con la voz de Magda y también con su rostro.
Maldita zorra, si es que siempre sabía dónde golpear para hacer verdadero daño emocional. Se acercó despacio y yo me acerqué a la ahora ella.
—¿Por qué no dejas de resistirte, Isca, mi corazón —pasó sus manos por encima de mis hombros y los entrelazó en mi nuca— y cumples tu cometido como un buen chico?
Casi sin poder evitarlo posé mis manos en sus mejillas, en sus blancas mejillas hechas de marfil. Por un instante ya no estaba en Madrid, en el año 2025, no había vivido siglos de soledad. Me encontraba en Jerusalén, en una casa de piedra de una sola habitación pagada con traición y plata, con ella. Fue solo un instante.
—¿Sabes? Eres prácticamente idéntica a ella… Solo te falta una cosa. No hueles a azahar.
Ya era tarde para reaccionar. Por muy inmortal que fuera y experiencia que tuviera, aquel ser me llevaba ventaja en todos los sentidos. Intenté defenderme de su ataque mordaz, pero sus fauces ahora deformadas en una mandíbula enorme y llena de incisivos afilados se incrustaron en mi cuello sin que pudiera hacer nada. La golpee con todas mis fuerzas en la cabeza y en los hombros, pero fue inútil, mi cuerpo ya no respondía como quería que hiciera.
El adversario ya no tenía el rostro de Magdalena. Cuando se separó, con aquella grotesca boca llena de dientes afilados manchados de mi propia sangre, su cara estaba plagada de escamas negras y verdes, una de bigote y unos ojos púrpuras decoraban la horrenda belleza de aquel que me estaba arrebatando, por tercera vez en apenas una semana, la vida. La mente se me nublaba por momentos y me tambaleé hacia atrás.
—¿Para… qué? —creí decir en un balbuceo agónico mientras mi boca se llenaba de espuma blanca.
En realidad, quería decirle que por qué me hacía todo esto, que qué quería de mí exactamente y cuál era mi rol en todo aquello según ese ser, pero el veneno de la serpiente original. Caí al suelo con la espalda rígida y las venas del cuello marcadas, violetas. Apenas podía respirar ya, arañaba el suelo con agonía, aquello era peor que morir ahogado. Créeme, lo sé, he muerto ahogado alguna que otra vez.
El Adversario se acuclilló encima de mi estómago, su lengua bífida apenas podía contenerse entre los labios que movía, diciendo algo que no podía escuchar. En ese momento solo había un pitido constante. Intenté leerlos, pero era imposible, lo que sí sabía es que estaba sonriendo de forma diabólica, era un ser repugnante.
Lo último que me esperaba era ver como sus ojos color violeta pasaban del regocijo a la sorpresa en un pestañeo mientras una hoja afilada atravesaba su cuello de atrás hacia adelante. Reconocí esa hoja, era mi tercer cuchillo favorito para las cenas especiales.
Por tercera vez esa semana, todo se volvió negro.
Cuando desperté cogí la mejor bocanada de aire de mis múltiples vidas. Ya había muerto envenenado antes, pero nunca con veneno de un ser que trasciende de este mundo. Tosí y volví a respirar varias veces, luego me incorporé y entorné los ojos para comprobar que no estaba en mi apartamento. A mi lado sí estaba Casandra, con los ojos llorosos, jadeando de terror.
—Me dijo que te trajera aquí. —dijo entre llanto y llanto.
Miré a mi alrededor. Era un parque, un parque enorme. Entonces caí que no era un parque cualquiera. Me incorporé con la ayuda de la forense y me sacudí la tierra para dar unos pasos al frente. No había nadie a esas horas, de hecho, el Retiro estaría cerrado seguramente. Me planté frente al tope de hierro entrelazado que evitaba que la gente se subiera a la estatua y comprobé que, donde antes estaba la figura en bronce de Lucifer, ahora había un humeante, incandescente y derretido trozo de metal.
—Mierda.
Y con esto llegamos al final de la primera parte de la novela, con el capítulo quince. ¿Qué les va pareciendo hasta ahora?
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