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-Te pierdes siempre en tus pensamientos más profundos, Judas.
-Eso es porque no puedo dejar de pensar en ella.
-Cuerpo y mente en perfecto equilibro. Esta lección es vital.
Como antes del recuerdo, volvimos en un vértigo que duró un pestañeo circular. Estábamos otra vez en aquel pedazo de bosque donde apenas se podía ver el cielo nublado. Juicio permanecía sentado en el mismo tronco gigante que sobresalía del suelo, como si la anterior escena nunca hubiera ocurrido. Yo, por el contrario, estaba tirado en la tierra, con el estómago del revés y los lacrimales humedecidos de recuerdo. ¿Cómo era posible que un suceso de dos mil años en el pasado me provocara aún aquella tristeza en el corazón? Si no lo hubiera traicionado, si le hubiera sido fiel hasta el final…
-Toda esta lista no existiría -terminó por mi Juicio.
-Odio cuando se meten en mi cabeza. No se lo permití a Adversario y no te lo permitiré a ti.
-Te pido perdón.
La disculpa parecía sincera. Me incorporé y me puse en pie para sacudirme, otra vez, la tierra. “No gano para trajes” pensé mientas volvía la mirada hacia el ser que volvía a mirar aquel extraño papel, como si estuviera buscando algún otro recuerdo jugoso que me terminaría de desmoronar.
En lo que Juicio observaba la lista de pecados, yo me giré hacia el extraño lugar. Definitivamente había estado ahí, pero no sabía ni cuándo ni por qué. Caminé un poco hacia uno de los árboles, dando la espalda a la Gracia, y posé la mano en uno de los árboles. Estaba frío, las ramas se movieron ligeramente por un viento invisible y el cielo pareció despejarse unos instantes para luego volver a taponarse entre nubes de tormenta.
-¿Se puede saber dónde estamos?
-¿Aún no te has dado cuenta?
Pues no, claro que no, si no, no preguntaría. Caminé por entre los árboles un poco más y vi que no había ningún camino ni tampoco final, se iban amontonando los enormes troncos y separando llegado un punto, pero sin ningún orden lógico. Quizás era la Selva Negra o el bosque de Muniellos, pero en Madrid no estaban. Volví a donde estaba Juicio y me quedé mirando su postura.
-¿Cuál es tu plan, retenerme en este bosque perdido de la mano de Dios? ¿Para qué?
-Todos en esta vida tenemos un cometido, Judas. El tuyo parece ser el ponernos… ¿Cómo es la expresión? El palo en la rueda. Ya has matado a Gloria, muy bien, enhorabuena. Pero no podemos dejarte hacer lo que quieras todo el tiempo por un capricho que ni sabes si funcionará.
-O sea, que tú me guías por mis recuerdos más jodidos desde el año 33 mientras tu yo más cabrón se encarga de buscar al Anticristo, ¿no?
-Eres muy listo. Sí, ese es el plan.
-Vamos, sí ese es el plan, dime dónde estamos.
Juicio junto las palmas de las manos y se llevó los dedos a la boca, pensativo, dejando que su mirada se perdiese más allá de mí y que el pergamino que sujetaba con tanto esmero se posara sobre su regazo. Era como si estuviera pensando detenidamente las palabras adecuadas para que mi mente pudiera entenderlas. Volvió a separar las manos y las usó ahora para sujetar su mentón.
-Estamos en el momento exacto en el que la mente se apaga. Es el instante en el que el cuerpo pesa veintiún gramos menos, dejando escapar su alma. Este lugar refleja tu vida pasando por delante de tus ojos. Estamos en tu muerte, Judas, lo que estoy postergándola con mi Gracia. Es la única forma que se me ocurrió para detenerte de verdad, ya que, si mueres, vuelves a la vida una y otra vez, pero si retengo ese momento…
“Es como si estuviera vivo y muerto a la vez, al más puro estilo gato de Schrodinger” pensé mientras me acercaba a él con las manos en los bolsillos. Entendía que estaba reteniendo mi cuerpo en algún lugar, regenerándose mientras me hacía a saber qué.
-Entonces, si lo he entendido bien... El lugar donde nos encontramos en realidad es en mi mente.
Saqué la mano derecha de mi bolsillo, una mano que empuñaba una daga romana o pugio, como realmente se llamaba a aquella hoja ancha y de doble filo que se estrechaba en la punta. Lo ataqué, sin miramientos. Me lancé contra el cuerpo sentado delante de mi dispuesto a clavarle aquella hoja mental en el corazón del ser. Juicio me detuvo agarrándome de la muñeca con una facilidad como quien juega con un infante, congelando todo mi cuerpo. Su rostro estaba serio, pero guardaba un poco de pena.
-Aunque estemos en tu mente, Judas, no eres lo suficientemente fuerte como para luchar contra mí, aunque estés… ¿Cómo se dice? Jugando en casa.
Conseguí zafarme de él echándome hacia atrás. El pugio desapareció tan pronto como lo solté. Tenía razón, era fuerte, no dejaba de ser una copia muy exacta y muy poderosa del Mesías destinada a detener al mismísimo Anticristo, pero también tenía razón en que yo jugaba en casa.
-Este es mi territorio, engendro, y no he perdido el tiempo estos dos mil años manteniéndome solo muy guapo.
Juicio enarcó una ceja sin saber a lo que me refería. Claro, aquello no estaba en mi lista de pecados, ya que no era malo.
-¿Qué crees que hice después de resucitar por primera vez al sexto día? Me convertí en aprendiz de Baltasar, imbécil.
Juicio se puso serio, pero no con la misma seriedad de antes, sino una seriedad de esas que asustan. Se puso en pie al fin mientras yo asentía y levantaba las manos de forma chulesca, como un luchador de MMA intentando provocar a su rival.
Os contaré por qué se puso nervioso Juicio. Baltasar no solo fue un rey mago que le llevó oro a Jesús en su nacimiento, era literalmente un brujo, un hechicero el cual me enseñó durante varias décadas de mi vida a realizar ciertas “obras milagrosas”, ¿Cómo crees que invoqué al pobre de Juan en mi ático? En fin. Una de las cosas que me enseñó Baltasar fue que para poder realizar todos esos hechizos había que tener una mentalidad fuerte ya que, si no, ésta se podría desquebrajar en mil pedazos. ¿Te imaginas un inmortal completamente vegetal durante siglos hasta que su mente se pueda volver a regenerar?
Ya está bien de preguntas retóricas. Ahí Juicio se puso nervioso y caminó hacia mí, pero yo le negué y chasqueé los dedos. La tierra que pisaba el ser comenzó a convertirse en arenas movedizas que lo engullían, aunque estaba lejos de ser suficiente. Al verse atrapada, la Segunda Gracia enfureció y tomó su verdadera forma. Su cuerpo comenzó a deformarse, a crecer varios palmos perdiendo su rostro y su túnica negra por el camino. Aquella masa de barro gris se solidificó en un monstruo gigante con brazos enormes y un rostro aterrador, con ojos dorados y una boca vacía de dientes, solo barro y roca. A su espalda estaban las alas que había visto antes de desmayarme.
-Así que sí que eras un gólem, maldito hijo de…
Me golpeó con su enorme brazo izquierdo, lanzándome por los aires contra un árbol. Para estar dentro de mi mente, me había dolido una barbaridad. Me incorporé y corrí por entre los árboles intentando alejarme lo máximo posible, pero el gólem iba pegado a mis talones, corriendo y planeando cuando se lo permitía el paisaje que mi cabeza creaba. Ja, aquella cosa estaba jodida. Este era mi paisaje, mi lienzo, le podía lanzar una bomba nuclear encima si quisiera (y supiera como es realmente una bomba nuclear)
Di media vuelta y salté hacia atrás, flotando en el aire ante el precipicio de mis pensamientos, volando. Juicio fue a saltar hacia mí. Su garra de barro casi me roza el cuello, decapitándome seguramente si me hubiera alcanzado, pero el bosque de recuerdos, dudas, dolor, pena, ira, rencor, traición, gloria y fe lo atrapó, enredándolo en un sinfín de ramas fuertes. Intentaba zafarse con todas sus fuerzas, pero era inútil.
-Tú mismo lo dijiste. Juego en casa. De todos los lugares a los que podías mandarme, elegiste el peor. Cada uno de estos árboles responden a un momento de mi vida y pensabas que con esa lista los controlabas, pero, querido Juicio, te olvidas de que no me he olvidado de ninguno de ellos. Son mis recuerdos y odio que se metan en mi cabeza, mucho más cuando es para fisgonear en ella.
Aquel gólem comenzó a rugir, pero con un simple gesto de mi mentón, una de las ramas del árbol que atrapó a la bestia se enredó en su cuello y tiró de él hacia arriba. Normalmente se habría ahogado, pero los gólems no tienen pulmones, son una creación judía para proteger al pueblo. Me acerqué, aun flotando entre el bosque de recuerdos y el vacío de la inmortalidad, y agarré la cabeza de aquella cosa que se esforzaba por zafarse de la prisión mental. Metí la mano en su boca, sin pudor al barro y arranqué algo de su interior. Entonces dejó de moverse y se desplomó.
-Ah… Siempre lo esconden en el mismo sitio -dije, mirando a la contraluz de la tormenta el pequeño pergamino llamado shem-. Uno menos. Solo falta Poder… ¿Cómo coño salgo de aquí ahora?
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