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Versículo 23
-Longinus lo ha rematado.
-Al final nada cambia.
-Te equivocas. Todo ha cambiado.
Todo era oscuridad. Sabía que, si respiraba, la arcilla y el barro entraría en mis pulmones, por lo que comencé a mover los brazos hacia delante en la penumbra total. Era húmedo, como estar metido en una piscina llena de fango, descuidada con el tiempo. Apenas me quedaba aire dentro, en así que golpeé y me abrí paso buscando cualquier luz que me pudiera dar una bocanada de vida.
Al fin la arcilla y el barro cedió y el aire entró de lleno en el vientre de Juicio, donde me tenía preso. Caí al suelo bocarriba, dando largas bocanadas de aire mientras intentaba enfocar la vista. Me sentía un recién nacido, solo me faltaba llorar. Tosí hacia un lado y escupí algo de barro, entonces pude ver la enorme mole que me tenía retenido. Su aspecto no parecía ya tan feroz, sino el atrezo de una película de terror de serie B. Era enorme, eso sí, su rostro deforme ya no era fácil de distinguir, ni los ojos ni la boca, lo que sí estaban aún definidas eran las alas a su espalda, talladas perfectamente dándole un aspecto tétricamente angelical. El gólem ya no tenía vida. Tanto en mi mente como en el estado semiinconsciente, le había arrancado el shem que ahora estaba en mi mano izquierda.
-Dos milenios y lo siguen guardando debajo de la lengua -dije mientras me levantaba del suelo ahora resbaladizo.
Seguía en la oficina. El gólem me había retenido ahí y, mientras jugaba en mi cabeza con mis recuerdos, se había dedicado a noquear a los policías que Magdalena había llevado tras de mí. Era una enorme ristra de cadáveres lo que regaba toda la planta, tanto de agentes de la autoridad como ex compañeros de la empresa. Me invadió el miedo, no porque hubieran dado la alarma de que un Ser Celestial No Identificado estuviera aterrorizando la ciudad, sino porque le hubiera hecho algo a Magdalena. Di un par de pasos hacia delante dispuesto a buscarla, pero las fuerzas me fallaron y tuve que ayudarme de una de las mesas para no caer nuevamente al suelo. Había muerto y vuelto a la vida demasiadas veces en un corto espacio de tiempo y eso no había cuerpo que lo aguantase, al final, por muy inmortal que fuera, el físico se resiente de tantas caídas, drogas, envenenamientos y concursos de apnea fallidos.
La vista se me volvió a nublar, el pulso se me aceleró y el dolor de cabeza fue a más, pero debía controlarme. Al fina todo eso pasaba, tarde o temprano, así que debía forzar a mi cuerpo para que fuera más temprano que tarde.
-Vamos… -murmuré, mientras daba un paso detrás de otro, lento pero seguro.
Tosí, me volví a marear, noté como los latidos del corazón acribillaban mis tímpanos cada vez más fuerte con cada paso, pero la encontré. Estaba entre una de las numerosas mesas destrozadas por el gólem, inconsciente y con una pequeña herida en la cabeza. Me arrodillé frente a ella y la incorporé con cuidado para apoyarla en la pared más cercana, le tomé el pulso y suspiré aliviado. Era débil, pero ahí estaba. Acaricié su mejilla para luego golpearla ligeramente.
-Magda, despierta, vamos… -murmuré- Por favor…
La mujer entornó los ojos y me miró. Sonreí y volví a suspirar. “Menos mal” pensé. Miré a un lado y luego al otro, me levanté y fui como pude hasta la cocina abierta de la planta, abrí la nevera y cogí una de las botellas de agua que había. Ya estaba templada, la luz se había ido, nada funcionaba en la cocina y el agua hacía tiempo que había perdido el frío, pero le di de beber despacio sujetándola de la cabeza, controlando cada gota que caía del plástico.
-Gracias… -murmuró Magda cuando pareció recuperar el sentido.
-A Dios -completé en tono de humor, aunque a ella no pareció hacerle mucha gracia.
La ayudé a levantarse cuando creí oportuno y me tomó de las muñecas. Por un instante pensé que volvería a ponerme la esposas, hubiera sido otra broma de mal gusto, pero en lugar de eso, me hizo poner las palmas hacia arriba para mirarlas fijamente.
-Eso son… ¿Estigmas?
Miré. Era verdad que tenía dos heridas horizontales en la piel, rojizas, simulando las heridas que sufrió Jesucristo en la cruz. Volví a tomar las manos en de Magda, como si hiciera siglos que no me las cogía así, y negué.
-Ni mucho menos. Dentro del gólem, ante la pérdida constante de conciencia, seguramente mi cuerpo en un acto reflejo apretó los puños tan fuertes que me clavé las uñas intentando respirar de alguna forma. Ya se me curarán.
Magda asintió, mirando al suelo, después a los restos de la bestia que me había aprisionado y de nuevo al suelo.
-No era él. Yo pensé que vendría…
-Dentro de mi cabeza sí lo parecía, si te sirve de consuelo.
-Heliodes me dijo que si las tres Gracias se reunían…
La tomé de los hombros. Entonces Heliodes también la había visitado. Me lo había imaginado ya, pero eso acotaba el círculo de los que querían provocar el Apocalipsis.
-Entonces es cosa de Heliodes y el Adversario, ¿verdad?
Magda no respondió. En aquel instante sonó la campana del ascensor secundario. La mujer sacó su pistola y apuntó hacia allá mientras me separaba un poco para darle espacio en caso de que tuviera que usarla. El sonido de los pasos fue crecieron poco a poco hasta que la pequeña figura de Ciaccobo asomó por el pasillo.
-Menudo desastre de lugar. Juicio la ha liado gorda, ¿eh?
-¿Ciaccobo? ¿Qué haces tú aquí? ¿Y cómo has subido? No hay luz.
-¿Crees que eso va a detener a Ciaccobeüs, el Duque de la Lujuria del Quinto Círculo? -lo miré con una ceja arcada-… Aun funciona el generador auxiliar del edificio, por eso los ascensores siguen activos.
Ciaccobo se acercó a mí y me ofreció la pistola que le había colado en el casino. Le pregunté si no habría represalias, pero se encogió de hombros.
-Creo que ya has pasado por suficientes represalias, cretino inmortal. Además, aún queda Poder. Dicen por ahí abajo que es el más fuerte de las tres Gracias.
-Pues tengo que encontrarlo.
Ciaccobo, aquel demonio de aspecto infantil se echó a reír.
-Necesitas una ducha, ropa nueva y quizás una buena siesta.
Tenía razón. El traje estaba lleno de barro, a saber si mi móvil de prepago que tenía para emergencias funcionaba aún, y me sentía muy cansado.
-Joder, gracias, Ciaccobo, te agradezco la ayuda.
-Pero ¿qué dices? Yo no voy a ayudarte una mierda. Solo he venido a devolverte la pistola y a ver como es gólem te había dejado -se dio media vuelta-no es asunto mío lo que haces o dejas de hacer.
Empezó a caminar hacia el ascensor. Ya me parecía raro que un demonio, por muy bien que nos llevásemos, me ayudase. Justo antes de que fuera a cruzar la esquina, se frenó en seco y me miró de soslayo para añadir:
-Es solo el fin del mundo, Traidor, tampoco te estreses tanto por algo así.
Y se fue. Menudo cretino. Aquellos seres siempre hacían lo mismo, decían esas frasecitas sacadas de alguna página web y desaparecían. Me guardé la pistola en la parte trasera del traje y miré a Magdalena.
-¿Vas a volver a detenerme? -ella negó- genial, porque quiero ir a mi casa a darme una buena ducha y ver si me queda algún traje, cosa que dudo.
-Tu casa estará vigilada y no solo por policías, seguramente. Vamos a la mía, amor mío.
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