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-Entonces… ¿Dices que despertó al tercer día?
-Como te lo digo, extranjero. Eso nos llegó desde Roma.
-¿Y dónde está ahora?
-Arriba. Dijeron que fue hacia arriba.
Nunca había estado en el apartamento de Magda. Jamás pensé en cruzarme con ella en esta vida, mucho menos en Madrid, pero que tuviera un chalé en Pozuelo era aún más sorprendente.
-¿El sueldo de la policía da para tanto?
Habíamos llegado en su coche. Era un coche normal, curiosamente, un Toyota turismo que aguantan kilómetros y golpes y podías dejarlo aparcado a cuarenta grados al sol, que no le pasaría nada. Pero entre tanto jaguar y Lamborghini, aquel automóvil destacaba como un gato con botas.
-¿Crees que eres el único que ha amasado una fortuna en tantos siglos? -me respondió con una media sonrisa mientras giraba la llave de seguridad en la puerta de roble.
La casa de Magdalena parecía más grande por dentro que por fuera. El recibidor se unía con el amplio salón sin vigas ni columnas. Al fondo, tras el sofá en forma de ele y la barra americana pulcra que hacía de divisor para la cocina abierta que parecía nunca haberse usado. Di unos pasos hacia el interior siguiendo a la mujer que me indicó que arriba tenía el baño. La imité cuando se quitó los zapatos en la entrada y los dejé a un lado, no quería mancharle el parqué de barro, y al subir los primeros escalones, vi a través de la puerta de cristal que daba al jardín que tenía una piscina privada más grande de lo que se podía imaginar.
Subí a la primera planta y enarqué una ceja. Luego volví a bajar y miré la planta baja, escudriñé todo y volví a subir. Aquello no tenía lógica, era como si hubieran superpuesto dos clases de edificio uno encima del otro sin respetar las leyes básicas de la física. Mientras la planta baja parecía más un loft similar al mío donde te podías encontrar una habitación privada en cualquiera de las puertas laterales, el primer piso se asemejaba más al clásico apartamento familiar de cuatro o cinco habitaciones, con las columnas de cargas que deberían estar en el primer piso.
-Oye… -pregunté más para mí que para Magda, que se había quedado abajo- ¿Quién te ha diseñado esto?
No obtuve respuesta, claro. Seguí caminando por el pasillo y en una de las habitaciones familiares vi una puerta entreabierta. Allí había un baño, así que entré, esquivé con cuidado la cama y el armario para no manchar nada con mi ropa embarrada y me metí en el enorme aseo. Dejé toda la ropa en el suelo y ya desnudo me metí en la ducha, abrí el grifo con agua fría y dejé que las gotas acribillaran mi piel llena de cicatrices y moratones que tardaban en desaparecer más de la cuenta. Dejé que las agujas heladas que caían bañaran todo mi cuerpo hasta que no pude soportar el dolor y tiré de agua caliente. El vapor, poco a poco, se fue apoderando de la ducha y de mis pulmones, eso era otra cosa. El champú y el gel que había era de mujer, pero no iba a ponerle travas a eso, me gustaba el olor que desprendía Magda, así que lo usé sin reparo. Me froté bien para quitar todo el barro de mi pelo y mi piel, comprobé que las heridas de las palmas de mis manos habían desaparecido, al igual que la de los costados, ahora solo un reflejo de la pelea pasada contra el gólem.
Apenas me estaba quitando el gel cuando creí escuchar la puerta abrirse. Tardé un segundo en girar la cabeza y preguntar si era Magda, pero todas mis fantasías acumuladas por siglos se esfumaron cuando la puerta se volvió a cerrar. Suspiré con una sonrisa y cerré la llave del agua para salir de la alargada ducha, ahora menos blanca e impoluta. Me había dejado una toalla encima del lavamanos y algo de ropa limpia. Tomé la toalla y me sequé despacio, con calma, sin ningún tipo de prisa, como si el apocalipsis pudiera esperar de alguna forma. Me vestí con la misma calma con los pantalones de lino negro y la camisa de botones blanca que me había dejado allí también la mujer de mi vida. Los celos se apoderaron de mí, obvio, pero no era quién para juzgar, dos mil años era mucho tiempo y yo tampoco me había quedado quieto ¿no?
Salí del baño y comprobé que, a los pies de la cama, en el suelo, había también unos zapatos a juego con la ropa, me los probé y eran de mi talla por suerte. Me miré en el espejo de cuerpo entero que decoraba la habitación y contemplé a mi figura cansada, despeinada y con la barba sin arreglar, pero con una vestimenta de alguien que no le importaba lo más mínimo aquellos detalles.
-Pareces sacado de una revista de moda -dijo la voz de Magda desde el marco de la puerta.
La miré y posé de forma ridícula delante del espejo, lo que arrancó una carcajada de ella. Era una carcajada ingenua, como las de antes. Yo también sonreí. Me dijo que había hecho café y añadió el clásico gesto de cabeza hacia fuera. No era un gesto propio de la Magda que yo había conocido, sino más de la mujer policía del siglo XXI. La seguí nuevamente, ahora escaleras de Escher abajo hasta la planta baja. Me senté sin invitación en el único sillón que había junto con el sofá en ele y me eché todo lo atrás posible, reclinando el asiento. Magda me dejó en las manos la taza negra de café de máquina nespresso en las manos y le di las gracias con una sonrisa. Cerré los ojos y me relajé, como si aquel sitio fuera el lugar más seguro del mundo. Sorbí el café un par de veces y me recliné hacia delante para dejarlo sobre la mesita baja de cristal. Volví a la misma postura de antes y solté otro largo suspiro de relajación ¿cuánto hacía que no me relajaba realmente, una semana? No hacía más que perseguir a la mala suerte y no hacía más que perseguirme las malas decisiones, merecía un respiro y aclarar mi siguiente movimiento, que era encontrar a Poder. Había tenido suerte hasta ahora y había jugado bien mis cartas, pero la suerte se había acabado hace tiempo, así que jugué mi última baza. Con fuerza señalé de forma abrupta con el brazo izquierdo y sin mover ni un ápice el resto de mi cuerpo hacia la puerta. Mantuve el brazo en esa postura, con el dedo índice señalando directamente en la dirección de la obra de roble de a saber cuantos miles de euros unos cinco segundos. Dejé caer el brazo. Lo intenté una segunda vez, en aquella ocasión dejando el brazo más de cinco segundos, unos diez.
-¿Se puede saber qué estás haciendo?
Magda había aprovechado para cambiarse. Se sentó a mi lado, en el sofá, con las piernas desnudas de rodillas para abajo, escondiéndolas bajo sí mismas en una postura cómoda.
-Normalmente, cuando estoy tranquilo o relajado, algo suele joderme. Un ángel feo, un demonio cambiaformas, la forense cascarrabias.
-Hablando de eso… ¿De dónde sacaste a Casandra? ¿Has adoptado a una nueva mascota?
-¿Estás celosa?
La mujer sonrió. Sorbió su café mirándome directamente a los ojos, por lo que no tuve otra que apartar la mirada. Aquellos malditos ojos que cuando me miraban hacían de mí un muñeco de trapo.
-No fuiste el único que visitó Helíodes -dijo entonces. La miré -. Aquel día también me visitó a mí, como a tantos otros. No fue suerte, amor mío, ni coincidencia. Simplemente tenía que pasar.
La mujer se encogió de hombros. Volví a mirar al techo, pensativo. Era cierto, Helíodes me dijo que era un marcado y que tenía que avisarme. Yo, como el único ombligo del mundo, pensé que era especial y no caí que había otros por ahí como yo, santos y vírgenes especiales que contarían con aquella información.
-¿Volvemos al tema de Casandra? -preguntó otra vez Magda.
-Le estaba haciendo la autopsia a mi cadáver el día en que me tiraste por el balcón. Desde que me vio despertar entre los muertos no ha dejado de perseguirme. Así que en parte es culpa tuya.
La miré de reojo y vi que tenía la mirada clavada en mí. Sabía que estaba pensando en que había algo más detrás, algo turbio o sexual. Magda y yo teníamos esa clase de relación, daba igual cuánto nos alejáramos el uno del otro, a quién conociéramos o con quién tuviéramos progenie. Si nos acercábamos lo más mínimos, celábamos, todo el tiempo. Algo parecido a lo que tendrían Sherlock y Adler, pensé.
En ese momento sonó el timbre de la puerta y sonreí.
-¿Ves? Te lo dije.
Ella puso los ojos en blanco y se levantó. Mientras se acercaba a la puerta contoneando las caderas de aquella forma que me volvía algo cercano a un simio, dejó la taza en uno de los muebles y abrió la puerta un poco. Mi curiosidad pudo y vi que había un chico joven al otro lado. Hablaron en voz baja, vi que el chico, de pelo rubio repeinado hacia un lado, se alegraba de verla. Ella le susurró algo, él le dio algo en las manos y entonces cruzamos miradas. No pareció alegrarse tanto al verme, su rostro cambió de todo sonrisas a todo odio. Yo en cambio le sonreí, “así que esta ropa es tuya, pues me queda mejor que a ti, chaval” pensé mientras levantaba mi taza de café y sorbía ligeramente, sin perder contacto visual. Hubo un susurro por parte de él más alto de lo normal, pero Magda lo cortó de raíz y le dio las gracias por algo antes de cerrar la puerta. Pude ver por uno de los cristales difuminados de los lados de la puerta la sombra del joven, plantado en la puerta, sin moverse, antes de que se esfumara.
-¿Tu nueva mascota? -pregunté con sarna.
-Que te den -me respondió.
Magda fue directa a una de las habitaciones de la planta baja y yo la seguí. Era un despacho, con las paredes llenas de estanterías y una mesa negra con un ordenador. La policía conectó un pen-drive mientras se sentaba en el único asiento, por lo que me quedé detrás de ella, curioso por ver lo que hacía, y esperé.
-Como te dije, esto no es cuestión de suerte -me dijo mientras abría la carpeta-. Esto es trabajo policial.
Comenzó entonces a abrir distintas pestañas del archivo del pen-drive. Buscó entre los numerosos videos que había en la carpeta principal, entre ellos uno de un sinfín de ventanas estallar desde dentro en el museo del Prado, hasta el barrio judío de Madrid y un montón de barro se acumulaba desde todos los rincones hacia las alcantarillas.
-Vaya, pues sí que nos vigila el Gran Hermano -dije, inclinándome hacia delante.
Magda siguió buscando, concienzudamente. Estaba buscando a Poder, seguramente, alguna pista que los llevara hasta ellos. Entonces dieron con un video borroso del Retiro. De una figura saliendo por el aire por uno de los laterales del parque hacia el cielo. No era claro, ni si quiera se le podría considerar pista, pero era algo. Era mejor que nada.
Abrió entonces tres videos. Ni si quiera me di cuenta de su habilidad para distinguir qué imágenes eran indispensables y cuales no, pero ahí estaban, los tres cuadros en blanco y negro en movimiento: uno en plena Moncloa, otro en el Parlamento y el tercero en el Congreso.
-El Poder -dije mientras veía las imágenes con los ojos entornados.
En los tres escenarios se repetía la misma imagen, el edificio en blanco y negro recibiendo un rayo negro que golpeaba toto a su paso. Después, todo negro.
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