Un día en (Gran Canaria)
¡Estrenamos sección! y en la segunda publicación, esto avanza, ¿eh?
La segunda publicación de este diario de bitácora la usaré para inaugurar una sección a la que llamaré Un día en…
No hablaré de viajes en esta sección. Bueno, sí, pero no exclusivamente de viajes. No considero que haya viajado mucho, lo justo para decir que eso de “viajar cura el alma” se debe coger con pinzas, pero no lo suficiente como para tener mi propia tarjeta de puntos por millas recorridas de alguna compañía aérea.
En esta sección me describiré (y describiré) a partir de los lugares que he visitado y han dejado una marca en mi mapa del alma.
Gran Canaria. La isla de la que siempre me quiero ir y acabo volviendo. Siempre. Cada vez que me he marchado de este continente en miniatura, espero no tener que usar el billete de vuelta (si es que lo tengo), pero al final, por h o por b, acabo volviendo a su aeropuerto. Siempre.
Nunca terminé de querer Gran Canaria. Y hay gente que la adora, gente que vive en mi día a día, pero yo siempre tuve un rechazo constante a su costa, a su ritmo, a su aeropuerto. Y, aun así, pese a mis desprecios constantes, me recibe con los brazos abiertos.
Gran Canaria me vio malcrecer, me vio elegir, no pudo guiarme como hubiera hecho un tutor de internado, pero sí sonrió cuando sonreí con mis primeras amistades, mis primeras madrugadas fuera de la cama, mis primeros tonteos con otros corazones isleños. Se alegraba por mí aunque no hubiera elegido igual ciertas decisiones.
La primera vez que dejé Gran Canaria atrás pensé “no pienso volver”. Tardé en pensarlo unas seis horas, lo que duró el viaje en avión, luego en tren y finalmente en guagua hasta mi primer destino “largo” fuera de la isla. Por aquel entonces conocí a varias personas que no entendían mi pensamiento y solo decían “es que estoy muy cómodo en mi burbuja”. Y eso lo detestaba, más que a mi propia isla ¿Cómo podía alguien estar cómodo en un lugar sin haber intentado salir de su zona de seguridad? Esa gente no es de fiar, sin duda.
Al final volví (Gran Canaria lo sabía) y ahí supe que no solo no me gustaba mi cuna, sino que la odiaba (o al menos mi yo de veinticuatro años), porque a pesar de haberme ido la increíble cifra de siete meses, nada había cambiado, todo seguía igual. Y no hablo solo de sus calles y edificios, poco podía cambiar en la increíble cifra de siete meses, sino en la vibración de la gente que por aquel entonces tenía a mi alrededor, sí, esa gente que le gustaba su burbuja y que no pretendía salir de aquella zona segura que le daba su universidad, su trabajo, su moto, su pareja.
Hoy, en 2025, me gusta un poquito más Gran Canaria. No demasiado, sigo queriendo marcharme de ella porque siempre me recuerda a mis fracasos, pero he aprendido a querer su costa, su ritmo, su aeropuerto. Tengo que reconocer que ha sido gracias a muchos factores, el más importante ha sido la edad, pero aún así ya no le guardo tanto rencor a este rincón del Atlántico.
Sigo detestando a los que no se arriesgan a pasar aunque sean 30 días fuera de su burbuja. A esos ni agua.
En fin, habrá que seguir.
Si te ha gustado y quieres compartirlo con alguien, dale a este botoncito.
Si por el contrario llegas de casualidad, pero también te ha gustado, dale a este otro botoncito.
Empieza fuerte esta saga dedicada a Gran Canaria. Desde el segundo o tercer párrafo ya estaba totalmente enganchado y me ha dejado con ganas de más. Espero, por favor, continúes desarrollando los motivos de esa aversión inicial por tu isla y que sigas enlazandolo con tus pensamientos y emociones, pero sobre todo, con esa pasmosa sinceridad rara vez vista en una columna periodística o narrativa. Sigue por este camino.
Gran Canaria en particular y España en general es un oceano de ceporros salpicado aquí y allá de gente muy valiosa. Supongo que ha sido una selección genética perversa que nos ha llevado a esta situación. Un castigo a la monstruosidad del ordeno y mando que nos ha dejado un lugar lleno de astracanes encocados de odio echando espumarajos por la boca y rebuznando sin sombra de vergüenza ni de respeto a los que puedan tener más entendimiento que ellos. Estamos rodeados de bestias.
Pazuzu les preñe bien hondo el nvcleo del alma pues. HÁGASE.