Continuamos hoy con la novela por entregas de Iscariote con el capítulo 2.
¿Sabían que este género de novela por entregas se llevó mucho durante el siglo XIX en España? Autores como Benito Pérez Galdós o Enrique Pérez Escrich creaban sus propias historias en algunos diarios y periódicos, lo que “industrializó” la escritura. Otros autores más contemporáneos como Stephen King lo probó con una de sus obras más destacadas, El pasillo de la muerte, aunque se popularizó por su nombre original y luego bien traducido La milla verde.
Si te has saltado el primer capítulo de Iscariote, lo tienes aquí.
-Judas -dijo Jesús -¿Caminas conmigo?
-Siempre -los pasos de su maestro eran seguros, como si la piedra se quebrara con cada zancada.
-Voy a pasar tres días en el desierto. Quiero que cuides al rebaño en mi ausencia. ¿Lo harás?
-Lo haré.
Salí de la oficina unos minutos antes. Debía reconocer que todo aquello me emocionaba un poco. El simple hecho de salir de la desgastada rutina ya provocaba en mí la sensación de querer seguir sin mirar atrás, así que crucé la calle hasta el cajero más cercano para sacar sesenta euros de mi cuenta bancaria, lo suficiente para coger un taxi hasta mi destino (no, no tengo carné de conducir, no se me dan bien los pedales, ni el volante, ni el cambio de marcha, ni muchísimo menos aparcar) y pagar la entrada al club.
El taxista me dejó a un par de calles. Alegó que si entraba por ahí le desmantelarían el coche y robarían todo lo que tuviera encima. No se equivocaba, en realidad. Aquel barrio era uno de los más peligrosos de Madrid, donde varias bandas tenían sus bases y negocios montados. Diversos individuos me miraban al pasar, fijándose sobre todo en mi corbata y mis zapatos, pero no les di más importancia de la que podía tener. Me aventuré con seguridad hasta llegar a una puerta negra con arcos pintados de color dorado. Aquel lugar no encajaba en el vecindario, con aquella fachada oscura y las runas brillantes, pero nadie nunca preguntaba. Toqué dos veces y esperé pacientemente mientras notaba cómo el vello de mi nuca se erizaba. Cada vez eran más los ojos que posaban su vista en mí, desde la acera de enfrente, las ventanas y los pocos negocios abiertos. Tras varios e infinitos segundos, cuando ya creía que alguno de los transeúntes me clavaría una navaja para quitarme todo lo de valor que tenía, la puerta se abrió de golpe. Entré con la misma calma con la que llegué y un portero enorme me miró desde arriba.
-Veinte euros -le pagué y él me dio un tique de color negro y dorado, como la puerta, donde se podía leer Segundo Circulo.
Abrió una segunda puerta y el sonido de la música retumbó por toda la entrada. Al principio dudé un segundo, podía darme media vuelta e irme a mi casa, olvidar lo que me dijo Heliodes y seguir con mi vida, pero algo me impulsó hacia delante (seguro que no era la mano del diablo) y crucé la puerta que cerró tras de mí. En ese momento la sala estaba casi vacía, solo había unos cuantos fumadores de opio tirados en enormes sofás negros y unas bailarinas que se movían de forma sensual en las dos tarimas. Me fui hasta la barra donde había un camarero y me senté.
-Una cocacola, por favor -le dije con mi mejor sonrisa.
Pasó un rato hasta que una mano enorme y negra se posó en mi hombro.
-Sígueme -me dijo el portero de antes. Y lo hice, por supuesto. Subimos las escaleras que daban al despacho principal del dueño de aquel after. De nuevo aquel portero cerró la puerta justo cuando entré y puse, una vez más, mi mejor sonrisa. No sirvió de mucho.
Noté el mordisco de la daga cuando impactó en mi hombro. Atravesó la tela de mi chaqueta, la camisa y mi piel como si fueran mantequilla y no pude evitar soltar un grito de dolor.
-¡Joder! – mascullé mientras me retorcía en mi sitio, agarrando el mango de la daga y tirando con fuerza.
El segundo dagazo ocurrió con la misma precisión, pero esta vez estaba preparado. Puse mi mano delante y la hoja atravesó nuevamente mi piel. El segundo grito ahora solo fue un gemido ligero que ahogué en mi garganta (o así sonó en mi mente).
-Ciaccobo… ¿Te importa? -murmuré mientras me arrancaba la segunda daga.
-No me llames así, Traidor -masculló el niño que estaba al otro lado de la sala de pie sobre una mesa marrón. Ya tenía otra daga en la mano dispuesta a tirarla, pero entornó los ojos-. ¿Qué coño quieres?
-Respuestas.
-Respuestas -imitó el niño con voz grave mientras saltaba de la mesa hacia mí recortando varios metros-. Te voy a meter muchas respuestas por donde cagas.
-¿Besas a tu madre con esa boca?
La tercera daga si pude esquivarla, salvo por un ligero corte en la oreja derecha.
-¿Quieres parar ya con tus juguetitos? En serio, tío, necesito tu ayuda.
-¡No te atrevas a dirigirte así ante un duque del infierno, bastardo engreído, y menos con esas pintas hípster, con tu barbita y tus gafas! ¿Desde cuándo usas gafas, por cierto, si jamás tuviste falta de vista?
Mascullé para mis adentros un insulto en hebreo y me crují el hombro herido mientras tiraba las dos dagas a un lado.
-¿Qué sabes del Segundo Advenimiento? -pregunté sin rodeos mientras me arreglaba la corbata.
El rostro de Ciaccobo cambió, hasta ahora lleno de ira, a una sonrisa siniestra, casi macabra. Parecía que la comisura de los labios le llegaba hasta las orejas para mostrar una ristra de dientes blancos, perfectos.
-Ya entiendo… Quieres encontrar al hijo favorito del mandamás, ¿eh? ¿Por qué tendría que ayudarte? Por tu culpa mi jefe lleva siglos insoportable, hasta el punto de mandar a sus propios duques a este mundo para perdernos a todos de vista. No es que me queje, pero… No veo motivos para tener que contarte nada.
Tenía razón. La verdad es que había ido a ese lugar solo porque sabía que Ciaccobo, el duque de la Lujuria, era el único que me abriría la puerta, independientemente de lo que hiciera a continuación. Me quedé pensando un rato y miré alrededor, girando lentamente sobre mí mismo.
-¿Cuánto pagaste el año pasado a Hacienda?
-¿Qué?
- Hacienda. ¿Cuánto pagaste? Con un local propio que funciona veinticuatro horas todos los días de la semana, tuvo que ser un buen pico. Habrás hecho la declaración de la renta, ¿o no la haces desde que lo inauguraste allá por el sesentaiseis?
La cara de Ciaccobo me hizo sentir mejor. Era normal, un demonio, por muy antiguo que fuera, no comprendía aquellas cosas. Para estos seres, el tiempo y el espacio como tal es un estado más del que no merecía la pena preocuparse, por lo que cosas como impuestos, multas o cárcel no significaban nada para ellos.
-No creo que a tu jefe le haga gracia que uno de sus círculos se vea embargado porque el gran duque Ciaccobo no pagó las tasas de su local, ni la seguridad social, todo eso -sonreí mientras me giraba de nuevo hacia él-. Yo podría ayudarte con estos asuntos, o puedes no ayudarme y que alguien que trabaja en una multinacional suelte el chivatazo de que Segundo Círculo debe muchísimo dinero al Estado.
-No serás capaz…
-Soy el mayor traidor que ha existido jamás, Ciacci, pruébame.
Cinco minutos después salí con la poca información que el duque Ciaccobo pudo ofrecerme. Sería dentro de poco, una semana a lo sumo, por lo que el tiempo, por una vez, jugaba en mi contra.
Esta vez pedí un úber. Mientras por la ventana iba cambiando el paisaje de edificios de protección oficial a la autovía, saqué mi móvil y busqué el número de mi compañero de trabajo Tomás.
-Hola, Tomás… Oye, ¿te acuerdas que te hablé de una posible estafa a Hacienda de un local? Pues acabo de confirmarlo, si quieres gestiónalo tú… Sí, se llama “Segundo Círculo”. Hacienda somos todos, ¿no?
Colgué y luego indiqué al chófer que entrara por la siguiente salida a la derecha. Vamos, no me juzguéis, soy el mayor traidor que ha existido jamás, ¿recordáis? Sí, en el primer capítulo. Tengo que hacer honor a ese título.
¿Te ha gustado? Espero que sí, lo suficiente como para aguantas hasta el lunes que vienes y compartirlo.
¡A seguir!
Que corto me ha parecido. Buenisimo! Haciendo somos todos JAJAJAJAJ
INTRIGADA ME QUEDO. Abrazix!